Para las personas que siguen siendo escépticas de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, el tema que muchas veces causa más preocupación es su compromiso —o no— con las instituciones del país. En su respuestas durante el primer debate sobre la violencia, insistió en que erradicaría la corrupción por su compromiso con la honestidad y enfrentaría el crimen organizado resolviendo la pobreza.

Sin embargo, es imposible pensar en cómo enfrentar a estos enormes retos sin construir y fortalecer el Estado de Derecho a través de instituciones fuertes e imparciales, que van más allá de la virtud o la honestidad personal de un líder. La corrupción y la violencia desmedida existen porque hay oportunidad de ganancia y poca capacidad real de sancionarla.

Pero tampoco convencen las respuestas de los otros candidatos fuertes, si bien traen sus propuestas concretas de cómo reformarían las instituciones. José Antonio Meade y Ricardo Anaya representan a los partidos que han gobernado a México —y la mayor parte de los estados— durante las últimas décadas, partidos que han llevado a cabo cuantiosas reformas para mejorar las instituciones de procuración de justicia y de combate a la corrupción, y no queda claro o no se están viendo los resultados esperados de estos cambios.

Si bien es insuficiente apelar a la virtud propia para cambiar al país, tampoco es suficiente proponer cambios sin analizar y hacer una autocrítica de lo que no ha funcionado en el pasado. Desde luego, sí se han visto mejoras en el profesionalismo y capacidad de los tribunales y en el acceso al público de información gubernamental, pero difícilmente se puede argumentar que México ha avanzado rápidamente hacia ser el país de leyes que la mayoría de mexicanos quieren y reclaman. Y la persistencia de casos de corrupción de alto nivel no atendidos sugiere a muchos una falta de compromiso de los gobernantes existentes con las instituciones que supuestamente deberían de atender esto.

Resulta que el problema de México, si bien tiene matices muy propios, también es un problema de las democracias liberales en general alrededor del mundo. Apostar a las instituciones por sí solas, si no hay voluntad política atrás, no siempre ha dado pie a buenas soluciones de los principales problemas que enfrentan los ciudadanos, y cada vez más vemos el surgimiento de candidatos que prometen por su personalidad, virtud o visión personal cerrar la brecha y lograr hacer lo que las reformas institucionales por sí solas no fueron capaces de resolver.

Estos líderes son de diferentes ideologías y estilos, y han surgido en Estados Unidos, Francia, Hungría, Polonia, Bolivia, Ecuador, Turquía y muchos otros países. Algunos han resultado ser hábiles jefes de Estado que siguen propuestas de renovación e inclusión social, como Emanuel Macron en Francia, mientras otros han sido desastres que dividen y hunden a sus países, y algunos han tenido resultados mixtos. El único elemento en común entre ellos es el argumento de que las reformas institucionales del pasado no han sido suficientes, y se necesita liderazgo y compromiso con un cambio real —algo que sólo ellos pueden dar a la ciudadanía— para transformar a su país.

Para los ciudadanos en estos países que han vivido no sólo promesas de cambios, sino algunos cambios reales en las instituciones, sin que se genere un cambio de fondo, éste no es un argumento tan descabellado. Al final de cuentas, no es suficiente imponer soluciones institucionales a los grandes problemas que enfrentan los países modernos si no hay voluntad de implementación para asegurar que tomen raíces estos cambios.

Por lo tanto, los ciudadanos en México —y en gran parte de las democracias liberales del mundo— se encuentran en una encrucijada. ¿Optas por quien tiene las propuestas más claras para mejorar el gobierno o apuestas por quien te convence que tiene la virtud para hacer el cambio aunque no te dé toda la explicación de cómo lo va a lograr?

En un mundo ideal, las opciones no estarían entre estos dos extremos, sino entre candidatos que te convencen que tienen no sólo las propuestas sensatas, sino también el compromiso para realizar el cambio. En la realidad, muchos candidatos en nuestros países pretenden ganar sólo inclinándose hacia un lado o el otro.

Presidente del Instituto de Políticas Migratorias

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