En el imperio de los números el lenguaje matemático parece excluir de la estadística la subjetividad. No existe nada más riesgoso que pensar en eso como una verdad verificable. Para un estratega político-electoral-digital, dejar todo a la métrica es cerrar los ojos al punto neurálgico de su campaña: las personas. O, dicho de otra manera, en un proceso comunicativo, por esencial o complejo que pueda presentarse, la parte más importante del circuito es el receptor. Pero el receptor no es un agente pasivo, una tabla rasa sobre la cual se pueden verter cualquier tipo de ingredientes para moldear comportamientos. Ante todo, ese ente que está bajo un username no deja de estar atravesado por emociones y sentimientos, que vierte en mayor o menor medida hacia la inmensidad del universo digital.

En el ecosistema social digital, las personas se encuentran más allá de los algoritmos, pre-dispuestos a hablar de todo aquello que les gusta, les disgusta, les emociona, les angustia, aman, odian, desean, sueñan. A través de palabras, con imágenes prediseñadas o con fotografías que pretendieron capturar un momento que consideran único e irrepetible y por lo tanto compartible con el mundo entero. A pesar de los múltiples filtros que se puedan añadir a lo compartido, hay una realidad que no cesa de repetirse y ese, ese es el humor social digital.

El ciudadano de un pequeño municipio o de una gran urbe se topa todos los días con problemas en su comunidad. El transporte para llegar a su trabajo es pésimo, las calles por las que camina no están iluminadas, vive con el temor de ser asaltado y perder lo poco o mucho que gana por horas interminables de trabajo. Esta molestia desborda cualquier buzón de quejas de una municipalidad. Las manifestaciones callejeras son vistas como un recurso lejano o inservible. Pero queda el recurso de los medios sociales digitales. De ciudadano pasa a usuario, este usuario, crea sus propios contenidos a la vez que consume los de los demás. Busca identificarse con aquellos que le suenan iguales, iguales porque la desigualdad de la injusticia los ha hecho encontrarse. Le breve molestia de la mañana o del medio día, tras el roce con su jefe inmediato en la oficina, se amplifica. El eco en las montañas no se disipa, por el contrario, se vuelve a cada segundo que permanece colgado en la red, más intenso, incluso ensordecedor. Eso debería ser para un buen estratega político-electoral-gubernamental-digital. Un grito que debe ser escuchado, analizado, pero sobre todo atendido.

La escucha social digital se convierte en la herramienta actual para poder identificar cuáles son los temas y las tendencias de lo que se habla. Cuál es el alcance que están teniendo y cuáles son los medios por los cuáles se está manifestando. Nos arroja números, interacciones, intercambios comunicativos, que deben pasar por el tamiz de un análisis cualitativo que nos permita discernir de qué se habla cuando se habla.

No basta con sólo tener los números -aunque esta de entrada sea ya una tarea trascendente- se trata de hacer transliteraciones del lenguaje digital, desde un análisis pragmalingüístico, para que puedan ser usados de manera eficiente en las campañas políticas-gubernamentales, que permitan a los gobernantes y los ciudadanos establecer una comunicación eficiente.

¿Cuál es el humor social digital, con el que amaneció usted hoy? Eso es lo que le están preguntando a cada instante las redes sociales de su preferencia. Y lo va a contestar ya sea compartiendo un video tierno de su gatito o hilvanando hilos sobre política, filosofía y religión.

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