Ahora que Rusia es la sede del mundial, vale la pena recordar uno de los célebres pasajes de la magna obra Crimen y castigo, donde el escritor Fiódor Dostoyevski reflexionó: “La cuestión es ésta ¿soy un monstruo o una víctima?”

Nunca es fácil asimilar los actos atroces que un individuo puede cometer contra sus semejantes. Menos sencillo es comprender las razones que llevan a estas personas a conducirse al margen de la ley. Hace poco nos enteramos de un caso estremecedor: un joven cantante de apenas 24 años, conocido principalmente en YouTube, participaba activamente en el secuestro, tortura y disolución en ácido de los cuerpos de las victimas del Cártel Jalisco Nueva Generación. Entre otros delitos, a este individuo se le culpa de haber arrojado en ácido los cuerpos de los jóvenes cineastas que desaparecieron recientemente en Tonalá, Jalisco. Actualmente está detenido y procesado.

En estos casos, el delincuente podría ser calificado como inhumano y sanguinario. Aparentemente nada podría justificar su actuar y nadie dudaría de su culpabilidad. No obstante, existen estudios científicos que han planteado una tesis sumamente interesante respecto a que algunos individuos, pese a su aparente normalidad, no tienen la capacidad de conducirse de manera racional. Las implicaciones para el Derecho Penal son relevantes, especialmente en el tema de la culpabilidad: ¿hasta dónde tenemos control de nuestra voluntad y, por ende, de nuestra conducta?, ¿hasta dónde somos culpables?, ¿qué pasaría si se demuestra que la persona está predeterminada mentalmente y que posee estrechos márgenes para ejercer su libre albedrío?

La culpabilidad se ha definido tradicionalmente como el reproche que realiza el juzgador ante la conducta antijurídica del autor del delito. Por tanto, este reproche se justifica sólo si existe el libre albedrío; esto es, si la persona es un ser racional y libre que decidió conducirse de manera ilícita pudiendo no hacerlo. Sin embargo, hay otra concepción de la culpabilidad relacionada con la llamada “asequibilidad normativa”. Este concepto se refiere a que el sujeto tiene la capacidad mental, psíquica y anímica de comportarse conforme a la norma y que solo es culpable cuando, teniendo esta capacidad, no se conduce lícitamente. Evidentemente, esta última noción de culpabilidad implica saber si una persona tiene o no dichas capacidades psíquicas para comportarse lícitamente.

Como señala el destacado jurista Claus Roxin, la Psicología y la Psiquiatría han desarrollado criterios para conocer la capacidad de autocontrol de las personas. No debe sorprender que los avances científicos en otros campos influyan para que los criterios jurídicos evolucionen con el paso del tiempo. Desde hace mucho, la Ciencia Penal y la actividad pericial se auxilian de otras disciplinas científicas para determinar la licitud de ciertas conductas.

Del mismo modo, las neurociencias influyen crecientemente en debates sobre la conducta humana. Son conocidas las tesis del científico Benjamin Libet, que pusieron en tela de juicio la existencia del libre albedrío, pues afirma que los actos voluntarios son involuntariamente iniciados y los actos conscientes comienzan de forma inconsciente. A la luz de sus conclusiones, científicamente desarrolladas, cabría preguntarse si el individuo está predeterminado neurológicamente en algún grado para cometer delitos y, en ese supuesto, si hay lugar para declararlo culpable, porque si se demuestra en un juicio que el acusado tiene un cerebro que no funciona para inhibir sus impulsos criminales, significa que no es libre para decidir o escoger entre el bien o el mal y, por tanto, el juez no tendría fundamento para reprocharle su conducta.

Algunos estudios refieren que las pruebas neurológicas son cada vez más solicitadas por jueces alrededor del mundo para determinar la culpabilidad de las personas. Lo anterior nos demuestra que no todo lo relacionado con el fenómeno delictivo tiene que ver con el castigo. Es fundamental orientar la discusión jurídica nuevamente hacia las múltiples causas del delito y atender ex ante las condiciones que llevan a los individuos a comportarse de manera ilegal. Si científicamente se puede identificar a un potencial criminal, diagnosticado por un psicólogo a temprana edad, la prevención del crimen puede ser más eficaz que el castigo.

Consejero de la Judicatura Federal

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