México vive una de las contiendas electorales más sucias de su historia reciente. Y si esa suciedad ha gestado momentos preelectorales muy turbulentos y se proyectará en una jornada turbia e impredecible el 1 de julio, la etapa poselectoral será aún más incierta. Las encuestas, no solo las evidentemente amañadas sino también las que pese a sus erráticos resultados son consideradas serias, han creado un caldo de cultivo para la crispación, pues el mal trabajo de las casas encuestadoras (sus tasas de rechazo son altísimas) no han mermado su papel como moldeadoras de la percepción social. Y por si eso fuera poco, los mexicanos llegaremos a los días críticos que siguen a la elección a merced de un Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación con un gran déficit de autonomía y de credibilidad.

Quizá mi predicción suene catastrofista, y con suerte puede darse un mejor desenlace. Pero apuesto doble contra sencillo a que los mapaches #priñanietistas ya preparan una operación similar a la que realizaron en el Estado de México. Sé que no les va a alcanzar para hacer presidente a José Antonio Meade (no hay operativo de compra de votos suficiente ni fraude capaz de revertir una desventaja tan grande y hacer que gane quien va en tercer lugar y carga la marca más repudiada) pero también sé que le van a medir y que algo van a hacer. Además, la guerra sucia de Enrique Peña Nieto contra Ricardo Anaya ya ha deturpado la contienda y, a juzgar por el enfermizo encono del presidente Peña, doy por hecho que seguirá abusando de su poder y continuará empleando facciosamente las instituciones del Estado mexicano para atacar a Anaya.

Las cosas han llegado al extremo por una simple y vergonzosa razón: la restauración autoritaria. Peña Nieto ha logrado restaurar el viejo presidencialismo y ha regresado a México a tiempos que creíamos superados. Ha desmantelado los contrapesos de nuestra precaria democracia, y hoy controla en gran medida a los Poderes Legislativo y Judicial, a los órganos “autónomos” y a muchísimos medios, que dicen lo que él quiere que digan. He aquí el contexto en el que se van a dar las elecciones más difíciles en mucho tiempo. ¡Y todavía hay quienes afirman que no hay nada de qué preocuparse! A ellos les dejo dos preguntas: 1) si las encuestas estuvieran muy lejos de la realidad, como tantas veces lo han estado en México y en otras partes del mundo, y Ricardo Anaya triunfara a contrapelo de la inquina oficial en su contra, ¿cómo reaccionaría el lopezobradorismo y a quién apoyaría el gobierno?; 2) si el Tribunal anulara la elección (esta es la otra operación que parece prepararse para cualquiera de los dos desenlaces), ¿qué sucedería?

Ante semejantes peligros, el electorado no tiene más remedio que cumplir con su deber cívico y hacer su parte para que el río democrático no se salga de madre. Y quienes participamos en las campañas y tenemos el privilegio de contar con una tribuna periodística debemos hacer más: debemos anticipar riesgos, crear consciencia de que hoy más que nunca necesitamos acopiar sensatez y generosidad. Yo, por mi parte, reitero que votaré por Ricardo Anaya, principalmente porque es el único candidato que ha prometido acabar con el pacto de impunidad y llevar a la justicia a los corruptos de este sexenio. El saqueo que han hecho del patrimonio de los mexicanos es gigantesco, y un borrón y cuenta nueva que les permita salirse con la suya es tan inmoral como inadmisible. Pero también manifiesto mi voluntad de respetar la voluntad mayoritaria, sea cual sea, y de procurar que el cambio se dé en paz.

Hay que superar el asco que produce la degradación moral gestada en México por obra y gracia de este régimen. Luego hay que reiniciar la transición que habíamos emprendido, la que fracasó, para rescatar a nuestra sociedad del retroceso histórico al que la han llevado, y finalmente hay que forjar la democracia que anhelamos. Nada de eso será posible si permitimos que el #priñanietismo manipule o de plano reviente la elección.

Coordinador de asesores del candidato de PMF.
@abasave

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