La corrupción existe en todas partes pero no de la misma manera. La que prolifera en el otrora tercer mundo es sistemática y se da a lo largo de la cadena político-burocrática y a lo ancho de la pirámide socioeconómica, mientras que la del primer mundo es espasmódica y se concentra primordialmente en las élites. Incluso en América Latina, donde los patrones del comportamiento corruptor son más o menos los mismos porque se originan en el abismo entre norma y realidad heredado de la Colonia, hay diferencias. Chile es un caso atípico, por ejemplo, y en Guatemala y otros países latinoamericanos se han dado golpes a la impunidad con los que en México apenas soñamos. No cabe duda, la corrupción mexicana da para un estudio más profundo de los que se han hecho.

Como escribí en mi libro Mexicanidad y esquizofrenia (Océano, 2011), en el tema de la idiosincrasia nacional fuimos de un extremo al otro. Del “nadie como nosotros” pasamos al “somos como todos”. Error: hay un justo medio. Si cada uno de los múltiples tipos de corruptelas que se practican masiva y cotidianamente en México se expresa en otras naciones, en ninguna se repite esa sofisticada constelación que es la corrupción mexicana, producto del big bang de nuestra Revolución. Ya me explico.

El vicio viene de la Conquista, pero fue sublimado en el siglo XX por el Partido Revolucionario Institucional (antes PNR/PRM). Y es que, si bien el PRI no inventó las corruptelas, sí sistematizó la corrupción. Frente a la violencia y el faccionalismo de la Revolución, se erigió en una organización para dirimir pacíficamente la disputa por el poder en la que cabían prácticamente todos (por eso suelo reiterar que Calles no quiso fundar un partido sino un entero y que la obsesión del priísmo por el consenso no es gratuita). El resultado fueron unos peculiares engranes corruptores que permitían amasar grandes fortunas en la cúpula en tanto que propiciaban que la supervivencia de la base dependiera del corporativismo y del clientelismo, de suerte que sin ese engranaje todos tenían algo que perder. Y algo más. El “acátese pero no se cumpla” de la Nueva España adquirió en el México posrevolucionario un móvil de control político: las leyes ya no se hacían incumplibles por lejanía sino a fin de mantener al ciudadano en falta.

La piedra angular era la autocracia dispensadora. El sistema no podía funcionar sin un presidente todopoderoso, porque el código de reglas no escritas requería de un jefe/legislador/juez supremo para operar/ajustar/arbitrar con la discrecionalidad necesaria. El “líder nato” debía, además, disponer de los medios de comunicación para evitar que la gente abriera los ojos. Las cosas salieron bien hasta que las crisis económicas de los 70 y 80 detonaron la inconformidad de una nueva ciudadanía que nos llevó a la alternancia. Y aunque el entramado de la corrupción se mantuvo porque las dos administraciones panistas no desmantelaron el antiguo régimen, el autoritarismo mermó. No por mucho. En 2012, el PRI emprendió un proyecto restaurador que incluía la eliminación de contrapesos y la manipulación mediática. La clave fue la insuperable capacidad del priísmo para engañar a la gente. He aquí la tragedia: el engaño volvió al poder. El PRI-gobierno está corrompiendo de nuevo a una sociedad que había desechado la falsa excepcionalidad de que los mexicanos sólo podemos vivir bajo la égida de un autócrata y cubiertos por un manto de complicidades.

El priñanietismo ha reconstruido en cinco años el viejo orden corrupto y autoritario y en el sexto se prepara para perpetuarlo. ¡De vuelta a la singularidad de nuestra corrupción, para demostrar que como México no hay dos! ¿Dónde más hay mansiones presidenciales patrocinadas por constructoras favoritas sin investigaciones independientes, o fiscales cesados para que no impliquen al primer mandatario en un escándalo de sobornos? ¿En qué otro país se regodean los medios ante un presidente que se jacta de haber regresado a su partido a la “liturgia” de un mero apéndice gubernamental, sin la menor democracia interna y presto a proclamar candidato a quien su dedo señale? ¿Quién festeja un retroceso a las épocas más corruptas y antidemocráticas si no esta versión mexicana de lo humano degradada por la desmemoria?

Diputado federal.
@ abasave

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