La tragedia que golpeó a México tiró las piezas del tablero político nacional. Si bien los jugadores son los mismos, la partida de ajedrez ha vuelto a comenzar y la incertidumbre de las próximas elecciones ha aumentado. Es imposible predecir qué efectos tendrá el 19-S en el electorado. Cierto, las labores de rescate y reconstrucción y en general la cohesión social que se dio entre millones de mexicanos han sido experiencias transformadoras, y nadie que haya sido tocado por ellas puede ser la misma persona que era antes de esas fechas, pero no hay manera de saber hacia dónde se canalizará esa energía. No olvidemos que, si bien el terremoto de 1985 resultó un catalizador de la transición democrática, la alternancia en la Presidencia de la República tardó 15 años en llegar.

El proceso electoral de 2018 se perfilaba, antes de los sismos, con bastante claridad: sería una lucha entre el aparato gubernamental priísta y el enojo social. Pero algo insólito está ocurriendo: el PRI intenta pasar a su lado de la ecuación parte de la indignación de la sociedad. Lo hace con una propuesta de ahorro presupuestal que es un verdadero monumento al cinismo. Propone la cancelación del “fondo de moches”, el mismo que el priñanietismo inventó en el Estado de México y llevó a la Cámara de Diputados para cooptar legisladores y facilitar la aprobación de la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos, el mismo que el año pasado no quiso eliminar, cuando yo propuse hacerlo después de que rechacé asignar la parte que me tocaba. Y lo más interesante: propone suprimir tanto el financiamiento público a los partidos como las senadurías y diputaciones plurinominales.

Estas dos demandas son muy populares entre usuarios de redes sociales, pero las razones por la que los di rigentes del PRI se las han apropiado son muy distintas. Veamos la primera: si el INE deja de pagar a los partidos la cancha estará más desnivelada, porque los candidatos priístas tendrán sobre sus opositores la ventaja de los recursos que el gobierno federal les dará por debajo de la mesa. Y ese hándicap se ampliará al articularse la operación de Bucareli con la de los gobernadores del PRI, como ocurrió en los casos de Duarte, Borge y compañía. ¿A dónde fue a parar buena parte del dinero que robaron esos gobernadores en 2016, para no hablar de 2012, si no a las campañas priístas? ¿Y cómo compró votos el priísmo en el Edomex, que se ha convertido en su paradigma para la contienda presidencial del año entrante? Imaginemos que en esos esos comicios la oposición no hubiera tenido prerrogativas del INE y tendremos un panorama de lo que vendrá en 2018. Una cosa es cortar a la mitad el financiamiento y otra anularlo.

Ahora veamos la segunda demanda. Si en las elecciones federales de 2012 y 2015 no hubiera habido representación proporcional, el PRI tendría hoy más senadores y diputados de los que tiene; de hecho, sus bancadas serían por sí solas mayoritarias en ambas Cámaras. Por eso los priístas proponen eliminar los “pluris” en el Congreso. Para proponer su supresión aprovechan la impopularidad de la figura —que no emana tanto del hecho de que haya listas cuanto de que sean cerradas y aparezcan en el reverso de la boleta— a sabiendas de que sin ella el PRI se sobrerrepresenta. Más aún, elegir legisladores por distrito es un juego de suma cero: un candidato gana todo y los demás pierden todo. Por eso los votos de quienes apoyaron las candidaturas derrotadas no cuentan, se tiran a la basura. En la representación proporcional, en cambio, todos los sufragios tienen valor, porque son los porcentajes de votación los que determinan el número de curules que obtiene cada partido.

La apuesta del PRI es aprovechar la crispación para volver al sistema político del siglo pasado, a la época de su dominio total. Así era antes; no había financiamiento público legal a los partidos políticos, solo recursos del erario que desviaban al partido del gobierno, y tampoco había plurinominales, que se importaron del modelo europeo para incorporar la pluralidad a la representación legislativa. Lo que quieren los priístas, en suma, es regresar al modelo gringo, en el que las campañas se hacen con dinero privado, en el que no hay proporcionalidad y en el que el enojo social y mañas muy parecidas a las del priismo hicieron presidente a Donald Trump.

Diputado federal plurinominal del
PRD. @abasave

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses