Ya desde su título, la película Western (2017), de la directora alemana Valeska Grisebach, parece aludir al cine de género. Sus imágenes de un río y un descampado parecidos a los de muchas películas del Oeste —o, de nuevo, westerns—, son elementos que, junto con el amor de un personaje por su caballo, nos remiten a las historias de vaqueros descubriendo lo inexplorado. Los protagonistas, sin embargo, no son pioneros del siglo XIX adentrándose en California sino obreros alemanes de nuestros días que trabajan en Bulgaria. El choque cultural que protagonizan actualiza el de uno de los cortometrajes de vaqueros de D.W. Griffith: The Battle of Elderbush Gulch (1913), donde los hombres blancos se enfrentan con los “pieles rojas” porque éstos deciden comerse a sus mascotas. Aquella película es el producto de una época en que los colonizadores se veían a sí mismos como las víctimas y se representaban como tales ante la avalancha despiadada de nómadas que quieren acabar con su civilización. Grisebach parece consciente de esta tendencia al explorar la invasión desde una perspectiva mucho más compleja que evita moralizaciones y mentiras como las de hace un siglo.

Desde el comienzo la trama da la impresión de ser crítica hacia un grupo de alemanes nacionalistas y machos. El protagonista, Meinhard (Meinhard Neumann), se destaca por una aparente melancolía y una sensibilidad que lo llevarán a separarse de los demás, aunque al principio se carcajea con sus colegas en una conversación sobre mujeres. En otra escena él ayuda a colgar una bandera alemana, como si su grupo fuera un ejército conquistador declarando su ocupación. Aunque las alusiones de Grisebach se concentran en el western, este tipo de acciones y otras posteriores hacen que su filme sea también una inusual cinta bélica.

Cuando Meinhard baja al pueblo se encuentra con unos hombres que le cuentan cómo se comportaron los alemanes 70 años antes. Aunque le dice que eran elegantes y civilizados, también le habla de cómo ponían cebos para revelar las posiciones enemigas y eliminarlas en la oscuridad. ¿Está siendo irónico? Es posible, pero ante todo es amigable y confronta los prejuicios que pueda tener Meinhard. No todos en el pueblo lo reciben igual, pero como la historia de John Smith y Pocahontas —por exagerada o inventada que sea—, Western habla del encuentro de dos sociedades muy distintas, agobiadas por la suspicacia pero intentando llevarse bien. Si la antigua trama se situaba en medio del colonialismo europeo y su expansión hacia América, la contemporánea nos refiere a un mundo neocolonial donde los hombres de los países ricos de Europa llegan a trabajar con arrogancia en los más pobres. Invasores sin fuerza, los alemanes de la película son más vulnerables de lo que creen y también más desunidos.

Entre estos pioneros posmodernos, Meinhard será el John Smith que tenga contacto con los nativos y que incluso aprenda torpemente su idioma para comenzar a acercar a ambos bandos. Sus buenas intenciones chocarán con las de Vincent (Reinhardt Wetrek), un colega más necio y bruto que comienza las hostilidades cuando fastidia a un par de mujeres búlgaras en el río. Más adelante se le ocurre robarle agua al pueblo y su solución para el problema de abasto dependerá de invitar a salir a una mujer. Grisebach podría simplemente concentrar su crítica en Vincent y verlo como un villano intolerable del orden neocolonial pero él no es mucho mejor que los búlgaros, que defienden a las muchachas del pueblo bajo el argumento de que son suyas. Este es quizás uno de los aspectos más interesantes de Western: la mirada femenina de su directora ayuda a ver los problemas de la masculinidad en crisis, pero no desde la perspectiva viril de un Robert Aldrich, que solucionaba los conflictos en comunidades de hombres con la superioridad de unos o la inevitable camaradería que surge ante la muerte. Grisebach ve los liderazgos como inevitablemente problemáticos, la competencia como resultado de la testosterona y la gentileza como una excepción y un pecado en una cultura machista.

Quizá para llamar la atención a sus temas y no a la realización, Grisebach y su fotógrafo, Bernhard Keller, recurren a un estilo sencillo pero no simple. Hay hermosas tomas de Meinhard con un caballo del que se adueña y varias composiciones que relajan la tensión al contemplar a los personajes en la naturaleza. La cámara en mano da la impresión de estar capturando un documental, y la naturalidad de todo, desde el guión hasta las actuaciones, refuerza esta sensación. Claramente Grisebach quiere convencernos de la realidad de los conflictos que presenta pero no busca dar respuestas a ellos. Western plantea sus temas pero no los resuelve porque, en buena medida, las soluciones de estos problemas son políticas. Los individuos como Meinhard ponen granos de arena que no alcanzan a configurar un castillo y, por gigantescas que sean, resultan más pequeñas que el mundo en el que se llevan a cabo. No cambian al mundo pero al menos limpian la consciencia.

Google News

Noticias según tus intereses