De los directores estadounidenses que emergieron entre finales de los 80 y principios de los 90, se puede decir sin dudarlo mucho que Spike Lee es uno de los ineludibles. Eso, claro, hasta que no lo es. Su original estilo cinematográfico y su implacable crítica al racismo y la desigualdad son inigualables, sin embargo su inconstancia y algunas extrañas decisiones vuelven desesperante a su filmografía. Al lado de grandes obras como Haz lo correcto (Do the Right Thing, 1989), La hora 25 (25th Hour, 2002) o When the Levees Broke (2006) se paran de puntillas documentales con un pobre estilo televisivo y desastrosas cintas de ficción como Oldboy (2013), un innecesario refrito del filme original de Park Chan-wook. Es más, la disparidad es tan grande y el declive tan aparente que puedo asegurar que no he visto una gran película de Lee desde 2006.

Para muchos 2018 fue el año del gran retorno que habíamos esperado por más de una década. En Cannes su última cinta, El infiltrado del Kkklan (The BlackKklansman, 2018), fue ampliamente ovacionada y se llegó a rumorar que podría ganar la Palma de Oro. No pasó, pero la crítica internacional coincide en que es al fin una obra digna del maestro afro-estadounidense. Imperfecta y rebasada por la todavía más subversiva Sorry to Bother You (2018), de Boots Riley, El infiltrado del KKKlan no me parece una obra maestra aunque sin duda es el retorno del Spike Lee más talentoso y enfocado.

Basada en la historia real de Ron Stallwarth, la película narra sus vivencias como infiltrado en el Ku Klux Klan durante los años 70. Hasta este punto la trama suena trillada —tanto, que el título mismo la cuenta— y obvia en sus intenciones temáticas, pero cuando consideramos que Stallwarth es negro y que aun así logró comunicarse con el mismísimo David Duke, otrora “Gran Mago” del Klan, la impresión cambia. El tono que descubrimos apenas comenzada la película termina de provocar la sorpresa. En manos de casi cualquier director, El infiltrado del KKKlan habría sido una narración abundante en lugares comunes, pero gracias a Lee se convierte en una humorística denuncia de las relaciones raciales, un amoroso homenaje al cine de explotación afro-estadounidense y una advertencia ominosa para nuestro tiempo.

La primera escena nos muestra imágenes de Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939), dobladas por una voz ridícula que exagera el racismo ya latente en una película que lamenta el colapso de los Estados Confederados de América. Parece ser parte de un breve documental donde un racista interpretado por Alec Baldwin se niega a compartir la tierra prometida con los sobrevivientes de un genocidio admirado por Adolf Hitler. La absoluta ridiculez del personaje, que pide varias tomas ante una tos insaciable; la excesiva música de Terence Blanchard y la refulgencia del azul y el rojo establecen el ácido tono humorístico de la película, que poco a poco irá cediendo ante una trama de detectives, aunque sin perderse del todo.

Hay un elemento importante en El infiltrado del KKKlan que aparece también en Sorry to Bother You, y que le permite a Stallworth (John David Washington) acercarse al Klan: su capacidad para imitar la voz de un hombre blanco. Por teléfono él se comunica con los miembros de la organización, mientras que su colega Flip Zimmerman (Adam Driver), blanco y judío, lo sustituye en persona. En ambas películas esta extraña habilidad causa que los interlocutores se relajen y confíen en la voz que les habla, ya sea asumiendo que están conversando con un buen candidato para el Klan o permitiendo que les hagan ofertas de ventas por teléfono. Aunque en apariencia es un artefacto de infiltración sutil, esto nos habla de un mundo tan desproporcionadamente discriminatorio que permite a las razas dominantes identificar y rechazar todos los elementos de las culturas que les resultan ajenas. Me parece una aguda crítica que, si bien los espectadores mexicanos podrían percibir ajena por situarse en otro contexto, harían bien en reflexionar en coincidencias que encuentran a diario, salvo que nunca se hayan burlado de un acento indígena.

No sería justo para los espectadores que no han visto la película revelar mucho más de la trama pero es importante subrayar el rol de Patrice Dumas (Laura Harrier), una joven activista que se convierte en el interés romántico de Stallworth y le enseña la validez y la necesidad de los conceptos del radicalismo en la lucha racial. En un punto Patrice revela ser, además, una gran admiradora del cine blaxploitation —cintas de bajo costo hechas por y para el público afro-estadounidense— y cita varios títulos cuyos pósters aparecen en pantalla. Quizás esto haga sonar a la película como un filme obvio, referencial y didáctico, pero eso se debe a que lo es. Con El infiltrado del KKKlan Lee ha creado, posiblemente, la película más militante de su carrera y no busca esconderlo sino obviarlo, dados los tiempos que atraviesa su nación. Considerando que muchas vidas dependen de su mensaje, El infiltrado del KKKlan se permite excesos que bien podríamos entender como un escándalo. Y así, gritando, Spike Lee nos ofrece un valioso regreso.

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