A mi padre,

por su derecho a equivocarse.

En una entrevista para el diario El País, el director Terry Gilliam (Brazil, 12 Monkeys, The Adventures of Baron Munchausen) habría declarado que hacer su versión de El Quijote era una obligación casi médica, una obsesión que debía cumplir. Gilliam lleva desde 1991 intentando llevar al clásico personaje de la literatura universal al cine pero, cual si se tratara de una maldición, el director ha fracasado una y otra vez.

Una fuerza superior parecía oponerse sistemáticamente al rodaje de la cinta. Ya sea por problemas de financiamiento, de agenda, o simplemente por la caprichosa naturaleza que en forma de lluvias torrenciales detuvo un primer intento de rodaje en el año 2000 (con Johnny Depp como protagonista), destruyendo parte de los escenarios y elevando aún más el presupuesto. Era tal la mala suerte del director que, cuando el cielo finalmente se despejaba y salían a filmar, aviones de la OTAN que pasaban a gran velocidad por el desierto de las Bardenas, España, interrumpían a cada rato la filmación. Todo lo que podía salir mal, salió mal.

La desastrosa experiencia mereció un documental, Lost in La Mancha, cinta que hace recuento sobre este fracaso. Todo un cuento de terror para cualquier cineasta en ciernes que quiera dedicarse a esto del cine como forma de vida.

Han pasado ya 17 años de aquel rodaje y cuando todo parecía indicar que finalmente Gilliam lo había logrado (la cinta ya fue filmada, esta vez con Adam Driver como protagónico), una disputa legal detenía de nueva cuenta su estreno y probable distribución mundial. Y ya para acabarla de amolar, Gilliam fue reportado esta semana como gravemente enfermo. Los rumores indicaban que se trataba de un derrame cerebral.

La maldición no parecía detenerse, pero si algo ha aprendido Gilliam de todo esto es que el sol sale en las mañanas siempre: la disputa legal ha sido ganada, Don Quijote será la película que cerrará la reciente edición del festival de Cannes, y en un tuit despejó las dudas sobre su salud: “Aún no he muerto”.

Si alguien sabe de fracaso es Gilliam. Pocos directores como él entienden la valía inherente en el inevitable paso por los parajes de la derrota.

Con ese pretexto, rescato del cajón de los recuerdos una breve entrevista que sostuve con Gilliam hace ocho años, en su visita al Festival de Cine de Morelia, donde le pregunto sobre el fracaso que ronda siempre en la experiencia de hacer cine.

Quisiera preguntarle sobre el fracaso…

¡Soy un experto en el fracaso¡ (ríe)

¡Lo sé!, y por eso quería preguntarle, ¿qué es el fracaso para usted?, en todas sus cintas hay un pequeño o gran elemento de caos y fracaso.

El fracaso es algo muy útil. Vivimos en un mundo donde supuestamente todo debe ser exitoso, donde todo se mide en base al éxito. Creo que deberíamos empezar a medir las cosas en términos del fracaso, en términos de cada cuánto combates el fracaso.  A veces es divertida esa batalla y a veces puede ser muy desgastante, yo ya me estoy moviendo en terrenos de lo segundo. Puede ser muy cansado derrotar al fracaso. No hacer lo que te gusta es el peor de los fracasos y al menos esa batalla la encuentro ya ganada.

Alguna vez, cuando las cosas se ponen muy feas, ¿ha pensado en abandonar algún proyecto de manera definitiva?

No. Probablemente lo más cercano que he estado de hacer eso fue cuando falleció Heath Ledger (a media filmación de Dr. Parnassus). Yo no quería continuar después de eso. Pero es lo bueno de estar rodeado de gente que nunca escucha lo que digo, ellos me forzaron a seguir y encontrar una solución a ese problema. Todos los cineastas deberíamos estar siempre rodeados de gente que te empuje porque yo siempre tengo incertidumbre y dudas. Ellos te ayudan a salir.

Cuando el caos se apodera de una película, ¿cómo hace para rescatarla?

Lo increíble del cine es que, cuando incluso en un rodaje fracasas y no obtienes lo que querías, es en el cuarto de edición donde intentas salvar todo. Y me encanta porque yo cometo errores a cada rato. Es en el cuarto de edición es donde reescribes la película, porque todo cambia, todo se mueve mientras vas filmando.

Es conocida la batalla que tuvo que librar para que se estrenara su versión de Brazil. ¿Cree que Hollywood ha cambiado, que esas cosas ya no sucederían hoy día?

No creo que sea tan diferente. El problema en ese entonces es que yo era muy ingenuo, iba por la vida sin un agente, queriendo hacer las cosas a mi modo. Fue un golpe de suerte lograr rescatar el corte final de esa película. Hay mucha gente que tiene miedo, que jamás sostendría una batalla contra un estudio como lo hice por Brazil, lo mío fue una mezcla de valentía e ingenuidad.

En ese sentido, ¿cuál de los personajes de sus cintas se parece más a Terry Gilliam?

El problema es que amo a todos mis personajes por lo que hay una pequeña parte de mi en todos ellos. Más bien me gusta esconderme detrás de mis personajes antes que proyectarme en ellos.

La niñez es un tema recurrente en su cine (el niño de 12 Monkeys, la niña de Barón Munchausen, la niña de Tideland), ¿cómo fue la infancia de Terry Gilliam?

Fue fabulosa, en el campo, yo era casi como Tom Sawyer, iba por los campos de maíz, había un pantano cerca de la casa. Yo le echaba la culpa a mis padres de no estar listo para esto de hacer arte, ¿cómo voy a ser un artista si no vengo de una familia pobre, si no pertenezco a una minoría, si soy feliz? No tengo lo que dicen que se necesita para ser un artista.

Mi primera cinta de usted fue Brazil -un regalo de mi padre-, la vi a los nueve y no entendí nada. ¿Con qué película cree que un niño debería iniciarse en la filmografía de Terry Gilliam?

¡Ver Brasil a esa edad debió ser terrible!, bien por tu padre pero esa no es una película para niños ¿no te asustó verla? Creo que hay solo dos películas que considero como infantiles en mi filmografía: Time Bandits y Barón Munchausen, aunque probablemente Dr. Parnassus también le diga algo a los niños. Siempre he tenido ese problema al momento de clasificar las películas. Los “expertos” las clasifican y me dicen que tal película es para tal audiencia, pero siempre encuentro público en mis películas que puede ir de los 7 a los 70 años. Los expertos no saben nada.

-O-

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