Las desmesuradas reacciones de los comentaristas, corifeos, moneros y demás propagandistas de la izquierda mexicana a la intervención de Cayetana Álvarez de Toledo la semana pasada han resultado muy ilustrativas. Primero, porque pusieron en evidencia cuánto les dolió y la gran difusión que alcanzó el discurso. Segundo, por el gastadísimo recurso de la descalificación nacionalista; “¿cómo se atreve una española a expresarse sobre asuntos mexicanos?”, dicen con un provincianismo muy desconcertante. Son los mismos a quienes no les molesta la injerencia del canal de propaganda oficial del gobierno ruso (RT) en plenas campañas mexicanas. Los que defienden la participación del gobierno de México en el proceso electoral estadounidense a favor del candidato derechista Donald Trump. Son los que importaron “médicos cubanos” para adoctrinar y servir sus propósitos ideológicos. Dejando de lado lo anterior, lo más penoso es que no lograron pasar de la descalificación personal y el insulto. Para eso dan los alcances intelectuales de nuestra izquierda. “Marquesa”, “fascista (sic)”, “ultraderechista” y otros epítetos infinitamente más agresivos que no repetiré. Uno hubiera esperado una refutación detallada de sus argumentos. No hubo tal. Cayetana fue vilipendiada por las plumas del régimen, pero ha sido elogiada como una de las intelectuales más brillantes del orbe hispánico por gente como Fernando Savater o Juan Luis Cebrián, el fundador y exdirector del periódico El País (el mismo que todos los días publica notas encomiosas para Claudia Sheinbaum).

Durante años pensé que la insignificancia intelectual de la izquierda mexicana frente a otras del mundo se debía a las insuficientes traducciones al español de los autores de las izquierdas democráticas europeas. En México, todos los “izquierdistas” de cierta edad estudiaron puro marxismo-leninismo. Para ellos eso es izquierda y nada más, lo que dijeran y publicaran Moscú y después La Habana. Las traducciones de autores del socialismo utópico francés, los fabianos británicos, los socialdemócratas alemanes, los socialistas cristianos o los cooperativistas, se dieron hasta finales del siglo XX en costosas ediciones españolas que nunca llegaron a nuestras facultades, dominadas por profesores marxistas. Siempre estuvieron a la caza de un caudillo revolucionario, un hombre fuerte al cual adorar y al cual someterse. Y como la izquierda mexicana siempre renegó del aprendizaje de otros idiomas, tampoco tuvo a su alcance las obras originales de las izquierdas democráticas. Uno pensaría que toda esta tendencia se rompería con la llegada al poder de Felipe González en España y Ricardo Lagos en Chile. Era concebible que el ejemplo socialdemócrata de ellos cundiría en nuestro país en el siglo XXI, pero no, la socialdemocracia en México se quedó como un movimiento marginal entre cenáculos académicos de la Condesa. Nuestra izquierda en términos generales siguió enamorada de los dogmas del pasado y terminó por llevar al poder a un priista muy primitivo, reduciendo la calidad del debate público a niveles ínfimos. Dicen que el marxista-leninista es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra…

Si usted quiere entender la diferencia programática entre la izquierda española y la mexicana, así como la distancia intelectual que media entre ambas, le recomiendo mucho el libro Un tal González, del novelista español Sergio del Molino. El libro se publicó en editorial Alfaguara hace ya dos años, pero es una especie de biografía novelada de la llegada al poder, el gobierno y el semirretiro de la política del expresidente español Felipe González. Aunque es evidente la desmedida simpatía del autor por el político sevillano, este libro a caballo entre el ensayo y la biografía puede leerse de manera placentera y más importante aún, documentar al lector sobre el proceso entero de la transición española y la modernización económica del que solía ser hasta hace apenas 50 años, uno de los países más atrasados de Europa. En esa crónica detallada del paso del país rural de la misa diaria a la potencia económica, se advierte con claridad cómo en el Congreso de Suresnes, Felipe González y gracias a él, el PSOE, dejaron atrás los dogmas del marxismo para convertirse plenamente en una izquierda democrática y liberal a la altura de las exigencias del mundo contemporáneo. Entendieron la necesidad de reconocer la legitimidad de otras fuerzas políticas y debatir con ellas, pero en un marco de respeto. La transición española, como nos demuestra el libro Un tal González, no puede entenderse sin el diálogo entre reformistas del centro izquierda y el centro derecha. La generación más vieja de López Obrador y compañía es inalterable en su dogmatismo. Pero quizá, solo quizá, podamos aspirar a una izquierda más democrática y de mayor estatura intelectual entre las nuevas generaciones si logramos transmitirle el ejemplo prodigioso de ruptura con el pasado que encabezaron Un tal González y los suyos en España.

Analista. @avila_raudel

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