‘Víctima’ de la oposición. Dos meses antes de la elección presidencial de 2020, el presidente Trump, en busca de su reelección, denunció que se preparaba un fraude con el voto por correo y, por tanto, de ser derrotado, no aceptaría el resultado. Hoy enfrenta, entre decenas de cargos, uno muy grave de sedición contra el sistema electoral democrático de su país. Y ayer, a dos meses y medio de la elección presidencial de acá, como viéndose en el espejo sedicioso de Trump, el presidente López Obrador acusó a la oposición de apostar a un “fraude electoral” ¡desde el Poder Judicial! para lograr la nulidad de la elección. Una diferencia con Trump, quien legalmente podía aspirar a la reelección, radicaría en el extravagante rol de AMLO, primero como suplantador de identidad de su candidata presidencial y ahora como candidato presidencial derrotado: en las urnas o en los tribunales.

Adivino. El violador contumaz de normas, siempre en permanente desacato impune de prescripciones de la autoridad y de resoluciones judiciales, con todo el poder político concentrado en un puño, parecería preparándose para desconocer una eventual derrota, o para hacerse pasar por improbable víctima de la oposición civil tras adivinar su eventual recurrencia a tribunales ante los excesos de ilegalidad del presidente. Buscar la protección de la justicia como recurso conspirativo: “Van a dar un golpe de Estado técnico, van a hacer un fraude electoral desde los tribunales”, aseguró el Presidente del mayor récord de golpes o intentos de golpes a la Constitución. Y lo dijo incurriendo en una violación más al involucrarse otra vez en el proceso electoral.

El terror en un estado aterroriza a la nación. Las noticias de Guerrero exhiben un estado bajo control de poderes criminales al lado de una parte paralizada del poder político y otra integrada a las bandas del crimen. Condiciones aterradoras en la vida cotidiana de los pobladores. La muestra más reciente: trabajadores transportistas sometidos a humillaciones y suplicios impuestos por las ‘leyes’ criminales, en escenas videograbadas y difundidas por la propia organización a manera de advertencia y escarmiento para quienes osen resistirse al régimen de terror. Pero el terror en el estado aterroriza al resto del país. Porque Guerrero expone los efectos, llevados al extremo, de la política en materia criminal del presidente López Obrador, aquí con las peculiaridades agregadas por el gobernador de facto y padre de la gobernadora formal. La región es el más claro ejemplo de pérdida de controles del estado nacional sobre su territorio, en paralelo al acrecentamiento de los controles territoriales por los cárteles. Y en paralelo, también, a la persistencia del comedimiento presidencial hacia esos cárteles. De esos factores proviene la percepción de un país en el que “prevalecen el miedo, la impotencia, la desconfianza y la incertidumbre", así caracterizada por la iglesia católica: un diagnóstico del que se deslindó la candidata oficial a la Presidencia para así permanecer alineada a la negación de la realidad y a la continuidad dictada por el Presidente a su elegida por él para sucederlo.

Espejo negro. Dentro de esa percepción general, el paisaje guerrerense ha generado una percepción particular de la entidad como laboratorio de pruebas de resistencia de la sociedad y las instituciones del estado. Y de los partidos y el sistema electoral para rescatar las elecciones del poder criminal. Con Guerrero bajo su control, la tendencia de ese poder criminal sería la prolongación de ese modelo de dominación al país entero. Y Guerrero podría verse, así, como el espejo negro de los sacerdotes del mundo prehispánico: desde los reflejos abismales de la obsidiana extraían del inframundo el anuncio de las más terribles hecatombes.

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