Según la propaganda rusa, la contención del avance de la OTAN es la justificación de años de agresiones de Rusia contra Ucrania. Por su parte, el control de Gaza es uno de los objetivos explícitos de la guerra de Israel contra Hamás. Por ello, resulta profundamente irónico que una alianza que languidecía, como la OTAN, haya recuperado protagonismo y se ampliara, incorporando a Suecia y Finlandia, países que durante décadas se habían mantenido al margen como resultado de su vocación pacifista. Lo mismo ha ocurrido con la causa palestina que, a raíz de la brutalidad de los ataques indiscriminados de Israel contra población civil gazatí, disfruta de apoyo, solidaridad y simpatía como no se veían desde los 70s, mezclados con una buena dosis de antisemitismo. Si se evaluaran los resultados en función de los objetivos, las acciones ordenadas por Putin y Netanyahu han sido contraproducentes no solo para sus rivales, sino también para ellos mismos.

La reacción a lo que ocurre en Gaza no se limita a las multitudinarias protestas contra Israel en universidades alrededor del mundo, sino que se extiende a múltiples ámbitos, incluyendo decisiones de la Corte Internacional de Justicia o lo que acontece en distintos organismos internacionales. En este contexto, el viernes pasado se produjo un evento que a la larga podría resultar un punto de inflexión: la adopción, con una mayoría aplastante de 143 votos, de una resolución de la Asamblea General de la ONU (AGONU) que amplía los derechos de Palestina en la organización.

Con esta resolución, la AGONU otorga un estatus especial (un upgrade) a Palestina como observador de la ONU, mediante cuestiones tanto prácticas como simbólicas que la acercan mucho a los derechos que tendría como miembro. Entre otras cuestiones, a partir de ahora, Palestina podrá presentar propuestas, proponer puntos en la orden del día y participar “plena y efectivamente” en reuniones y conferencias de Naciones Unidas. Asimismo, los delegados palestinos podrán ser elegidos como parte de las mesas que dirigen las sesiones de los distintos órganos y sentarse entre los miembros de la ONU por orden alfabético. Por último, la AGONU incrementa la presión al recomendar al Consejo de Seguridad la membresía de Palestina como miembro de pleno derecho de la organización.

Tal vez más significativa sea la evolución de las posiciones de las delegaciones. Desde hace décadas, las iniciativas multilaterales sobre la cuestión palestina reciben un amplio respaldo. Africa, buena parte de Asia y casi toda América Latina, con la excepción de Paraguay y ahora la Argentina de Milei, las apoyan. La reserva principal de apoyo a Israel, además de EU y algunas islas del Pacífico, estaba en Europa. Sin embargo, ese apoyo se ha erosionado. Votos en contra del Reino Unido y Francia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, se han vuelto abstenciones. A su vez, abstenciones de otros países se transformaron en votos a favor e, incluso, copatrocinios a la iniciativa, incluyendo a España, que encabeza una ofensiva diplomática ante varios países europeos para reconocer en grupo a Palestina.

Claramente, Israel se encuentra cada día más aislado y EU, mediante su derecho de veto en el Consejo de Seguridad, se ha convertido en el único obstáculo para que Palestina sea admitido como miembro de Naciones Unidas y reconocido como Estado soberano. Israel se ha convertido, junto con migración y la epidemia de fentanilo, en uno de los mayores flancos débiles de Biden frente a Trump. El presidente estadounidense tiene las manos atadas hasta noviembre. Pero, de resultar reelecto, liberado de hacer campaña durante los siguientes cuatro años, gozaría de muchos mayores márgenes para ser receptivo a una creciente, vociferante presión internacional para dejar de posponer ad infinitum la solución de los dos Estados, el menos malo de los arreglos. Extremismos en Israel y Palestina han disfrutado en los hechos de un derecho de veto durante medio siglo. Salvo un -trágico- triunfo de Trump, tal vez ha llegado el momento de acometer la tarea a la inversa: primero el reconocimiento de Palestina y después las condiciones de la complejísima convivencia entre ambos Estados.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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